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Sistema
 


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Atendamos a esta definición de ciudad:

«¿Qué es una ciudad? Un conjunto aparentemente aglomerado de sistemas y entidades muy diferentes, que se caracteriza por proceder de la actividad humana y confluir en un momento determinado y en un lugar que una población toma como residencia. En la ciudad hay momentos unitarios que la definen; por ejemplo, una estructura viaria que la unifica de manera que nada de la ciudad se escapa a esa estructura viaria. En la ciudad no hay ni un solo rincón incomunicado. Sin embargo, eso no significa que no haya múltiples subsistemas independientes, que no influyen en otros más que en el hecho de ocupar un lugar en la estructura viaria.» (Javier San Martín Sala, Teoría de la cultura, Editorial Síntesis, Madrid 1999, págs. 101-102.)

Reparemos en que, en un espacio de sólo siete renglones, aparece una serie de palabras que, lejos de aclarar qué sea la ciudad, oscurece y confunde su concepto. Se pretende definir la ciudad a partir de términos como «conjunto», «aglomerado», «sistema», «estructura» y «subsistema». La ciudad nos remitiría a una unidad en la que todo está comunicado: «no hay ni un solo rincón incomunicado». Pero no queda claro si la ciudad es un sistema o no, porque, por un lado, se define como un conjunto de sistemas, pero, por otro, está formada por subsistemas. Tampoco está claro en qué se diferencia un conjunto de un aglomerado; y, mucho menos, si tales sistemas son estructuras o no. Su unidad dice totalidad, pero una totalidad indiferenciada. Todo ello nos conduce a un verdadero embrollo: la definición adolece de gran oscuridad, destacando la confusión a que induce la idea de sistema. Dependiendo de lo que se entienda por sistema estaremos diciendo cosas distintas sobre la ciudad. Ni siquiera sirve el simple recurso al diccionario.

La clave está en la idea de sistema. No será lo mismo una idea de sistema como la de Lalande que una idea de sistema como la de Bertalanffy o la de Martín Serrano, &c. ¿Pero acaso podemos suponer que la idea de sistema que se ofrezca es independiente de cualquier conjunto de premisas ontológicas, gnoseológicas…, como si las definiciones de diccionario fueran suficientes por sí mismas? Debemos construir una idea de sistema tan solvente que no confunda conceptos tan diversos y dispares como los aglomerados, las estructuras o cualesquiera otras multiplicidades formadas por los elementos de un conjunto. Es necesario discriminar los sistemas de aquellos conjuntos que, conteniendo elementos interrelacionados, no son sistemas sino otro tipo de totalidades a las que más adelante denominaremos totalidades sistáticas (organismos, estructuras, …). Pero ni siquiera la idea de conjunto –en cuanto formado por elementos– es la más apropiada para dar cuenta de lo que sea un sistema. Lo que se echa de menos en definiciones como la que acabamos de leer es, ante todo, el hecho de que ni siquiera distingue los tipos básicos de totalidad con los que nos podemos encontrar, a saber: las totalidades atributivas (T) y las totalidades distributivas (𝔗).

La idea de sistema, pues, debe pensarse coordinada con otras ideas, de manera que no cabrá suponer que estamos ante una idea neutra respecto a determinado tipo de coordenadas, sean estas espiritualistas o materialistas, &c. –este es un lugar común en las versiones técnicas de determinados diccionarios–. Para el materialismo filosófico, la idea de sistema nos remite a la ontología especial y en concreto a referencias primogenéricas y corpóreas, sin que ello signifique que se reduzcan a ellas. Desde estos presupuestos un sistema se entenderá como una totalidad de múltiples partes primogenéricas y corpóreas. Hablamos, claro está, de una totalidad finita, es decir, que no se extiende a la omnitudo rerum: «Los sistemas son totalidades constituidas sobre multiplicidades heterogéneas, y totalidades limitadas» (Gustavo Bueno, “Sistema”, El Basilisco, número 28, pág. 83). ¿En qué consisten, pues, esas multiplicidades heterogéneas que son también totalidades limitadas? Esas totalidades finitas de múltiples términos heterogéneos que, a su vez, aparecen totalizadas en los sistemas son lo que hemos denominado totalidades sistáticas. Un organismo, un hexaedro, un elemento químico, una construcción arquitectónica, un arma, un automóvil son totalidades sistáticas. Hablaremos, entonces, de un sistema para referirnos a aquellas totalidades que se establecen en función de las totalidades sistáticas, las cuales han de estar dadas previamente. Las totalidades sistáticas constituyen las bases del sistema y las denominaremos bases sistáticas (B1, B2, B3). Como las bases del sistema son las totalidades sistáticas que están formadas por múltiples partes heterogéneas (b1, b2, b3), no podremos nunca decir que un sistema es un conjunto de elementos. En este sentido, conviene advertir que la totalización sistemática no tiene lugar a partir de las bases sistáticas (Bi) en cuanto que elementos, sino en función de sus partes (bi), las cuales habrán de entenderse como partes determinantes, integrantes o constituyentes, según los casos.

Recapitulemos. Desde las coordenadas del materialismo filosófico, sólo se hablará de sistemas para referirnos a aquellas totalizaciones que nos remitan a determinadas totalidades sistáticas en cuanto que bases del sistema (Bi), a través de sus partes (bi) ordenadas o combinadas con otras partes de las bases del sistema. Consecuentemente, el sistema se entenderá como una totalización compleja, en virtud de la heterogeneidad de las partes, pero, sobre todo, por la complejidad de niveles y rangos holóticos entretejidos en él. Como característica definitoria de los sistemas señalamos el hecho de contener siempre una dimensión de tipo distributivo (𝔗) en virtud de las operaciones de alternatividad lógica que la totalidad sistemática implica. En este sentido, el sistema involucra un momento β-operatorio. Es así, porque las operaciones han de intervenir en el «arreglo» (sintáctico) que supone que la totalización sistemática se constituya como una alternativa a otras posibles. Cuando esta alternativa resulta victoriosa, sin rival, es decir, absoluta, podemos considerar al sistema en una perspectiva α-operatoria: «La estructura lógica de los sistemas se manifiesta por tanto en el ejercicio de los functores alternativos (𝔗 = [S1 ∨ S2 ∨ S3]): la verdad global del conjunto se mantienen aun en el caso en el que sólo consideremos verdadera a una de las alternativas» (Gustavo Bueno, “Sistema”, El Basilisco, número 28, pág. 84). Añadamos finalmente que en todo sistema es posible disociar una materia y una forma. La materia, considerada en virtud de la ordenación que el sistema va a introducir entre las partes, es una materia amorfa; pero será una forma sistemática una vez la materia resulte ordenada.

A partir de estos criterios, estamos en posición de establecer una clasificación de los sistemas entre sistemas de primer orden (suprasistáticos) y sistemas de segundo orden (intrasistáticos). Un sistema será suprasistático cuando se constituya como una totalidad distributiva (𝔗) en virtud de la composición de las partes o componentes (bi) de las bases sistáticas correspondientes (Bi), de suerte que la totalización sistemática no conduzca a una totalidad sistática de orden más complejo. Como ejemplos de sistemas de primer orden, podríamos citar el sistema periódico, el sistema de los cinco poliedros regulares, el sistema taxonómico de las especies de Linneo, el sistema métrico decimal o el sistema de las cónicas. Un sistema será intrasistático cuando quede constituido sobre las bases sistáticas (Bi) –y, por supuesto, teniendo en cuenta sus partes o componentes (bi)– integrantes de una totalidad sistática común (TB). Ahora bien las bases sistáticas (Bi) integradas en la totalidad sistática de referencia (TB) han de poder tratarse como partes de una clase distributiva interna de TB. El sistema solar, los sistemas orgánicos, los sistemas orográficos de un territorio dado y los sistemas urbanísticos son sistemas intrasistáticos.

Finalmente, hay que tener en cuenta el significado gnoseológico y ontológico-especial de los sistemas. Pero, si bien las ciencias remiten siempre al ámbito de los sistemas, no todo sistema tiene por qué dar lugar a una ciencia. Desde el punto de vista semántico, los sistemas pueden clasificarse a partir de los ejes del espacio antropológico, lo que significa que todos los sistemas, al involucrar siempre operaciones humanas, son culturales y sólo en el límite alcanzan una condición α-operatoria. Consecuentemente, hablaremos de sistemas circulares (sistemas de parentesco, sistemas políticos), sistemas radiales (sistema periódico, sistema solar) y sistemas angulares («sistema del Pleroma» de Valentín). Si cruzamos este criterio material con la clasificación formal de los sistemas en suprasistáticos e intrasistáticos, obtendremos una clasificación general de los seis tipos fundamentales de sistemas.

Por lo que respecta a los sistemas filosóficos, nos limitamos a reproducir las palabras de Gustavo Bueno:

«Un sistema filosófico podrá considerarse como un sistema atributivo, formado por una concatenación de Ideas susceptible de disponerse al lado de otras concatenaciones alternativas […] un sistema filosófico habrá de ir siempre en relación polémica con otros sistemas […]. Además […] habrá de apoyarse en bases […] tomadas de los tres ejes del espacio antropológico.» (Gustavo Bueno, “Sistema”, El Basilisco, número 28, pág. 86.)

Marcelino Javier Suárez Ardura

Clasificación general de los seis tipos fundamentales de sistemas

Criterio II

Criterio I

Sistemas
circulares
Sistemas
radiales
Sistemas
angulares
Sistemas de
primer orden

(suprasistáticos)
Tipo 1
• Sistemas elementales de parentesco
• Sistemas de gobierno político (realizados en sociedades diversas, no en forma «permixta»)
Tipo 2
• Sistema periódico de los elementos
• Sistema de los cinco poliedros regulares
• Sistema taxonómico de Linneo
Tipo 3
• Sistemas religiosos (como sistemas de comunicación interespecífica)
Sistemas de
segundo orden

(intrasistáticos)
Tipo 4
• Sistema diplomático internacional
• Sistema globalizado de las bolsas de capitales
Tipo 5
• Sistema solar
• Sistemas orgánicos
• Sistema montañoso de la Península Ibérica
Tipo 6
• Sistema (intencional) de la Jerarquía celeste del Pseudo Dionisio

Gustavo Bueno, “Sistema”, El Basilisco, número 28, 2000

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→ Gustavo Bueno, “Sobre el concepto de espacio antropológico”, El Basilisco (Primera época), número 5, 1978, págs. 57-69.

→ Gustavo Bueno, El mito de la cultura, 1996-2016, 258 págs.

→ Gustavo Bueno, “Sistema”, El Basilisco, número 28, julio-diciembre 2000, págs. 81-86.

→ Gustavo Bueno, “Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones”, El Basilisco (Segunda época), número 37, 2005, págs. 3-52.

→ Algunas entradas de diccionario, por orden cronológico:

1779 “Sistema” en Diccionarios de la Real Academia Española
1895 “Los sistemas filosóficos”, Pedro María López Martínez
1896 “Sistema” en el Diccionario enciclopédico hispano-americano
1926 “Sistema” en el Vocabulario técnico y crítico de la filosofía
1927 “Sistema” en la Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana
1961 “Sistema” en el Diccionario de filosofía de Nicola Abbagnano
1965 “Sistema” en el Diccionario soviético de filosofía
1976 “Sistema” en el Diccionario de filosofía contemporánea
1979 “Sistema” en el Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora