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Ciencia


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1. Históricamente pueden distinguirse cuatro acepciones de “ciencia”. En primer lugar, la ciencia como saber hacer, cuyo escenario sería el taller (estamos hablando de la ciencia del herrero o del carpintero, de las técnicas). En segundo lugar, la ciencia como sistema ordenado de proposiciones derivadas de principios, cuyo escenario sería la academia o la escuela (y aquí nos encontramos tanto a la geometría euclídea como a la física aristotélica o la teología escolástica). A continuación, en tercer lugar, la ciencia como ciencia positiva, cuyo escenario es el laboratorio (nos referimos a la mecánica newtoniana, la química, la termodinámica o la biología molecular). Y, finalmente, en cuarto lugar aparece la ciencia como ciencia humana, es decir, como extensión de la anterior modulación a disciplinas cuyo escenario era tradicionalmente la biblioteca (estamos pensando en la antropología, la lingüística, la historia, &c.).

Hoy día hay que tomar como referencia obligada la tercera acepción (la ciencia positiva, o ciencia en sentido estricto), que cubre tanto a las llamadas ciencias naturales o empíricas, incluyendo la tecnociencia, como a ciencias que antes estaban encuadradas en la segunda modulación (las llamadas comúnmente ciencias formales, esto es, la lógica y las matemáticas).

2. El problema es que hay muchas ideas de ciencia en sentido positivo. En otras palabras, no hay una única filosofía de la ciencia sino muchas, cada una con una concepción diferente de la génesis y la estructura de las ciencias (y, en especial, del papel que la verdad desempeña en ellas).

Aunque la reflexión sobre la naturaleza del conocimiento científico no es nueva sino bimilenaria, pues ha atravesado Academias, Liceos, Jardines, Pórticos, Escuelas y Facultades, es costumbre anclar el inicio histórico de la filosofía actual de la ciencia allá por el primer tercio del siglo XX, cuando se formó el Círculo de Viena.

Frente a la visión tradicional de la ciencia de corte adecuacionista, que venía rodando desde Galileo a Einstein y para la cual la ciencia representa la realidad tal como es en sí misma, se levantó el positivismo lógico que el Círculo de Viena abanderó. Este grupo de filósofos descripcionistas mantuvo que la ciencia es especial porque se deriva de hechos, soñando con una ciencia unificada como sistema de proposiciones que describieran de forma verificable y confirmada los hechos del mundo.

Sin embargo, esta concepción terminó desmoronándose porque los hechos dependen de las teorías. Como alternativa al adecuacionismo tradicional y al descripcionismo positivista, Karl Popper propuso que el conocimiento científico transita siempre hipotético y no puede ser justificado o fundamentado definitivamente sobre una base firme (los hechos empíricos), sino solamente falsado o refutado.

A pesar del viraje que supuso el teoreticismo popperiano, éste permanece ligado en aspectos esenciales a la visión anterior de la ciencia. Sigue contando, por ejemplo, con la existencia de un método científico único, así como con una concepción racional y realista del progreso científico, según la cual las sucesivas teorías científicas nos acercan a una representación cada vez más verosímil del mundo.

La imagen de la ciencia de Popper sufrió un desgaste considerable a manos de Kuhn, Feyerabend y sus epígonos. Perdida la esperanza de obtener un punto arquimediano sobre el que apoyar de una vez por todas la certidumbre de la ciencia, estos teoreticistas radicales abandonaron la pretensión de establecer algún tipo de criterio de demarcación entre la ciencia y la no-ciencia, cuestionaron la existencia de un método científico universal, destacaron la influencia de factores externos (sociales) en la comunidad científica, y desbancaron la idea de progreso al insistir en el carácter discontinuo del cambio científico. Lejos de ser el conocimiento aséptico y autónomo que se preconizaba, la ciencia, como cualquier otro producto cultural, venía socialmente condicionada y era mucho más cenagosa e irracional que su imagen metodológica.

3. La crítica a las tres primeras familias gnoseológicas subraya la imposibilidad de mantener la distinción dicotómica entre materia y forma, entre “hechos” y “teorías”, que permite referirse a unos hechos desvelables al margen de todo supuesto teórico (descripcionismo) o a unas teorías construidas al margen de toda experiencia empírica (teoreticismo), así como a una serie de hechos y teorías en supuesta correspondencia (adecuacionismo). Toda observación está, ciertamente, cargada de teoría; pero la tesis recíproca también es cierta: toda teoría científica está necesariamente cargada de observación, medición y experimentación. Toda práctica está cargada de teoría y, recíprocamente, toda teoría está cargada de práctica. No hay hechos puros, como no hay teorías puras. Entre teorías y hechos se da una fértil circularidad. El circularismo es, pues, la opción que resta cuando se han transitado las otras vías gnoseológicas.

Frente a unas concepciones de la ciencia que ignoran en gran medida su carácter operatorio, la teoría de la ciencia propia del materialismo filosófico (la teoría del cierre categorial) sostiene que la filosofía no es la madre de las ciencias, sino que las ciencias nacen de las técnicas, de las artesanías. Así, la geometría se originó a partir de las prácticas de los agrimensores, de la necesidad de volver a medir los campos inundados por las crecidas del Nilo, y no a partir de los pensamientos de los ociosos sacerdotes egipcios. La realidad que absorben las ciencias está ya recortada por las técnicas (los principios de la termodinámica, por ejemplo, provienen del trato con máquinas; y los elementos químicos no existen aislados en la naturaleza, sino que son purificados industrialmente).

La intrincación entre técnicas y ciencias es insoslayable, porque las ciencias comprenden un saber hacer sin el cual no habría observación, medición, experimentación o cálculo. Los científicos no sólo formulan teorías o hipótesis de que deducir predicciones. Dedican la mayor parte del tiempo a experimentar, construir y revisar modelos, manejar instrumentos, diseñar artefactos y accionar máquinas. Los científicos son sujetos operatorios que hacen cosas con cosas (incluso demostrar teoremas matemáticos consiste en una práctica escrita). La ciencia procede antes por operaciones quirúrgicas (manuales) que por operaciones meramente mentales; porque las ciencias son construcciones operatorias y las operaciones sólo son posibles con objetos corpóreos. El laboratorio, que es el lugar de la investigación positiva, apunta a una visión constructivista de signo materialista de la ciencia.

La teoría del cierre huye de las manidas comparaciones del científico con el pintor (adecuacionismo), el recolector (descripcionismo) o el pescador (teoreticismo), prefiriendo imaginar al científico como músico o, mejor, como arquitecto, cuya función es componer o construir el mundo antes que representarlo, describirlo o conocerlo.

La significación de la teoría de la ciencia del materialismo filosófico radica no sólo en superar el teoreticismo de la mayoría de filósofos espontáneos o profesionales de la ciencia, subrayando el papel de los aparatos e instrumentos como contextos determinantes de las verdades científicas, sino sobre todo en regresar desde la gnoseología a la ontología, no rehusando a confrontar los conceptos de la ciencia moderna con las ideas de la tradición filosófica (Materia, Forma, Todo, Parte, Verdad, Identidad, Causa, Hombre, &c.).

Carlos M. Madrid Casado

→ Gustavo Bueno, ¿Qué es la ciencia? (texto)  ❦  ¿Qué es la ciencia? (papel)