logo Centro de Documentación de la Filosofía 
Centro de Documentación de la Filosofía

Porfirio
233-310?


filosofia.net/piezas/porfirio.htm

Porfirio de Tiro (233-310?), cuyo nombre real era Malco (Rey –de ahí, por metonimia, Porphýrios, purpurado–), suele ser considerado como uno de los nombres más influyentes de la Antigüedad Tardía y una pieza clave en la transición entre la Filosofía Antigua y la Filosofía Medieval. Nace en Tiro –de una familia acomodada procedente de la región de Batanea–, donde pasó los primeros años de su vida y parte de la juventud; una ciudad dinámica y cosmopolita en la que concurrían diversas escuelas filosóficas entre las que cabe destacar las de los gnósticos –corriente contra la que Porfirio habría de ser muy crítico–. Durante este periodo de su vida, habría conocido a Orígenes, el cristiano, en la ciudad de Cesarea (Palestina), donde éste residía desde el 231, llegando a ser oyente del mismo durante algún tiempo. Su lugar de nacimiento, así como su esmerada educación explicarían que poseyera un buen conocimiento de las lenguas de esta parte oriental del Mediterráneo, como el hebreo, y que estuviera familiarizado con la astrología, la demonología, la angelología y un gran número de supersticiones orientales. Se podría decir que su conocimiento de la realidad de Oriente no era puramente libresco.

Más tarde se trasladó a Atenas, donde recibiría las enseñanzas de Apolonio, el gramático, y Demetrio, el geómetra. Así mismo, fue discípulo de Longino de Atenas (213-273) –al parecer, uno de los sabios más renombrados de la época–. Fue con Dionisio Longino con quien Porfirio obtuvo su formación filológica iniciándose a la vez profundamente en el platonismo.

A la edad de treinta años, Porfirio viaja a Roma, urbe en la que decidió establecerse –llegando a residir en la ciudad imperial durante cinco años– y donde recibió las enseñanzas de Plotino (203/204-270). Más tarde, Porfirio se “retira” a Lilibelo, en Sicilia; un retiro (267-270) que se ha vinculado con un ataque de melancolía, acaso movido por las diferencias con su maestro, y que habría llevado a varios intentos de suicidio. Algunos autores, en efecto, vinculan estos episodios biográficos con las propias disputas en el seno de la escuela de Plotino en relación con la valoración de la filosofía aristotélica y particularmente de la doctrina de las categorías por Plotino. Hacia el año 270, Porfirio ya había vuelto a Roma, encargándose de la dirección de la Escuela de Roma. Sería ahora, muerto Plotino, cuando redacta Isagoge –aunque para ciertos historiadores de la filosofía la Isagoge habría sido compuesta durante su estancia en Sicilia– a petición del senador Crisauro. Entre el 299 y el 301 escribió la Vida de Plotino que constituía la introducción a su edición de las Eneadas. Casi con sesenta años, se casa con Marcela, viuda de un amigo y madre de varios hijos, a quien va dirigida su famosa Carta a Marcela. Porfirio muere en tiempos del emperador Diocleciano, a principios del siglo IV.

Sus intereses filosóficos fueron muy variados, de manera que no se circunscribieron exclusivamente a cuestiones de lógica, pues también reflexionó sobre filosofía de las artes, gramática, historia, religión, etc. Aun teniendo en cuenta que de la mayor parte de sus obras tan solo conocemos el título y que de otras nada más que algunos fragmentos, siendo muy escasas aquellas que nos han llegado completas, podríamos clasificarlas, según un criterio que podríamos denominar lisológico, en comentarios sobre filósofos (Platón –Timeo, Parménides–, Aristóteles –Isagoge–), obras en las que expone su propia doctrina (Sobre la abstinencia, Sobre el retorno del alma, Sobre la animación del embrión, Cuestiones mixtas, Contra Boeto, Carta a Marcela, Elevaciones), religiosas (Filosofía de los oráculos, Sobre las estatuas, Carta a Anebón, Contra los cristianos), mitológicas (La Gruta de las Ninfas), históricas y biográficas (Vida de Plotino, la Crónica, la Historia filosófica, la Vida de Pitágoras), filológicas (Cuestiones homéricas) y científicas (Introducción a la apotelesmática de Tolomeo, Comentarios a la Armónica de Tolomeo).

Sobre Porfirio ha pesado enormemente la sombra de Plotino, hasta el punto de que se hace muy difícil reconocer en él a un filósofo original; de hecho el filólogo alemán, Max Pohlenz, lo valora como el discípulo más importante de Plotino, destacando su condición de gramático en menoscabo de su naturaleza filosófica. Hoy día, sin embargo, parece que hay cierto consenso entre los historiadores en reconocer que el nombre de Porfirio significa algo más que el principal discípulo de Plotino, aunque no hay acuerdo en qué sea ese «algo más». En general, los debates de orden doxográfico se centran en torno a la cuestión de si Porfirio es tan solo un neoplatónico o más bien un ecléctico que quería conciliar platonismo y aristotelismo llegando incluso a recoger en sus planteamientos filosóficos elementos estoicos. En este sentido, se ha defendido que Porfirio supondría un intento de conciliación entre Platón y Aristóteles como se confirmaría en Isagoge, donde, sin duda, las características aristotélicas están presentes, pero en la que no se puede obviar el platonismo latente. Desde esta perspectiva, la Isagoge no podría reducirse a una obra exclusivamente lógica porque removería también componentes ontológicos, lo que de alguna manera estaría pidiendo un análisis de Porfirio en términos de una historia filosófica de la filosofía.

Finalmente, hay que recordar cómo la doctrina de Porfirio ha sido concebida por la tradición en términos de la idea de identidad. A este respecto, debemos citar las palabras de Gustavo Bueno sobre la Isagoge:

«Por ello, es importante recordar cómo los predicables (las “cinco voces de Porfirio”: género, especie, diferencia específica, propio, accidente) fueron interpretados, de un modo más o menos explícito, precisamente como modulaciones de la identidad entre el predicado y el sujeto. La identidad se definía, muchas veces, como afirmabilidad de uno respecto del otro in recto –y esto aun en los casos en los que el predicado fuera accidental–, no in obliquo: si afirmamos que “Pedro es una criatura de Dios”, no por ello identificamos a Dios con Pedro. Esta doctrina se establecía, sin duda, contra las escuelas que defendieron que la única manera de predicación legítima era la «predicación idéntica» (esse est esse, “A es A”; así los megáricos, Antístenes, &c.); es decir, contra las escuelas que interpretaban a la identidad, en la tradición eleática, como unívoca. La doctrina de los predicables, en cambio, mantiene la concepción de que el ser copulativo (el est) expresa una identidad entre el predicado y el sujeto, sólo que añadiendo que esta identidad no es unívoca, sino que se modula, precisamente, en cinco formas o predicables, porque o bien identificamos el predicado, a título de género con el sujeto, o bien lo identificamos a título de especie, &c., &c. Los predicables (categoremas) son, pues, las formas según las cuales tendría lugar la identidad entre los predicados y los sujetos respectivos; o dicho de otro modo: la identidad predicada no correspondería, propiamente, ni al sujeto ni al predicado, sino al modo de su conexión. Ni el sujeto, ni el predicado, tendrían, por sí mismos, identidad predicativa (lo que no descarta que no pudieran tener otros tipos de identidad). Predicados diferentes (de diferentes materias o categorías: geométricas, biológicas, políticas, &c.) podrían identificarse con sujetos pertinentes, según los mismos predicables (“polígono” se predicará del triángulo identificándose con él como género, pero también “hombre” se predicará –digamos el Homo Sapiens de Linneo– del Hombre de Neanderthal o del Hombre de Cromagnon identificándose con estas especies como género: la revolución darviniana exigió cambiar la consideración lógica de aquel concepto que, de ser tenido como especie, pasó a ser tenido, por lo menos, como género)». (Gustavo Bueno)

Marcelino Javier Suárez Ardura

Árbol de Porfirio
Isagoge
Predicables