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Problema de Molyneux
 


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1. William Molyneux, científico irlandés que vivió entre los años 1656 y 1698, le planteó al filósofo empirista John Locke la cuestión que después se conoció como «Problema de Molyneux»:

«Supongamos un hombre ciego de nacimiento, ya adulto, al que se le ha enseñado a distinguir por medio del tacto, entre un cubo y una esfera del mismo metal y más o menos del mismo tamaño, de manera que, tocando una u otra figura, distingue cuál es el cubo y cuál la esfera. Supongamos que el cubo y la esfera están sobre la mesa y que el ciego puede ver. La pregunta es si, antes de tocarlos, puede distinguir, sólo por la vista, la esfera y el cubo».

Locke hizo público el supuesto de Molyneux en 1694, en la segunda edición del Ensayo sobre el entendimiento humano, en el capítulo IX dedicado a la percepción. Junto al problema propuesto, Locke indicaba la respuesta negativa que el propio Molyneux le había sugerido, reconociéndose a favor de la misma: el ciego no podrá distinguir las dos figuras sin tocarlas, porque, aunque tiene las sensaciones táctiles del cubo y de la esfera, carece de la experiencia de cómo una superficie curva o un ángulo saliente del cubo afecta a su vista.

En 1704, Leibniz tenía concluidos los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, concebidos como crítica contra el empirismo de Locke. En ellos, Leibniz daba una respuesta afirmativa al problema de Molyneux: el ciego ha adquirido, con ayuda del tacto, las ideas geométricas de cubo y esfera que le permitirán diferenciar, sólo por la vista, una figura de otra. De manera parecida, los filósofos escoceses, Francis Hutcheson y Thomas Reid dieron respuestas afirmativas, pues, aunque las representaciones sensoriales de una figura sean distintas, pensaban que los conceptos que nos formamos son comunes.

El problema de Molyneux sirve de rasante entre la postura de los empiristas, que al reducir las percepciones a imágenes subjetivas dan respuestas negativas, y la de los racionalistas que, explicando el carácter unitario de la percepción a través de las ideas, responden de modo afirmativo. Pero el «verdadero problema» que se plantea es que las sensaciones que ofrece el tacto no son de la misma clase que las de la vista y, por tanto, no se pueden formar ideas comunes. En este sentido, Berkeley lo utiliza en la Nueva teoría de la visión (1709) como prueba de que la vista y el tacto no tienen ninguna idea en común, lo que significa que las figuras geométricas del cubo y la esfera no son las «cualidades primarias» que Locke suponía que se perciben por la combinación de los dos sentidos. Consecuente con ese supuesto, la respuesta de Locke a Molyneux debería haber sido afirmativa, por eso dice Berkeley que Locke «resuelve falsamente el problema».

Durante el siglo XVII, el Problema de Molyneux no fue sólo un entretenimiento filosófico, también incitó ingeniosas respuestas, afirmativas y negativas, de matemáticos, astrónomos, médicos y fisiólogos. En 1728, el cirujano William Cheselden operó con éxito a un muchacho ciego de nacimiento y se pudo comprobar que al recobrar la vista no reconocía nada de lo que a través del tacto le era familiar. Tras esta respuesta experimental negativa se discutió el problema en el ámbito de la filosofía francesa del siglo XVIII. Voltaire, Diderot, D’Alembert, Condillac, Buffon y de La Mettrie le dedicaron reflexiones muy interesantes. Desde el siglo XIX hasta hoy se han ido sucediendo diferentes comentarios, fundamentalmente en los campos de la psicología de la percepción y de la neurofisiología.

En el año 2011, la revista Nature Neuroscience publicó un artículo sobre los resultados de una investigación llevada a cabo en el Instituto de Tecnología de Massachusetts sobre niños ciegos que lograron ver tras ser operados. La respuesta al problema propuesto tres siglos antes por Molyneux era negativa: ningún niño fue capaz, sólo con la vista, de relacionar lo que veía con lo que previamente sabía reconocer por el tacto.

 

2. Tras las evidencias experimentales pudiera parecer que el Problema de Molyneux quedaba resuelto, sin embargo, es la propia respuesta negativa la que nos lleva al núcleo filosófico del problema: si entre las impresiones táctiles y las visuales hay un heteromorfismo, el problema pide explicar cómo tiene lugar la coordinación entre ambos sentidos. Esto no se agota ni en las explicaciones psicológicas, ni en las neurológicas, porque el Problema de Molyneux está planteando la Idea misma de «percepción apotética», es decir, cómo los objetos situados «ahí», a una determinada distancia del sujeto corpóreo, «afectan» a los órganos de los sentidos.

Desde el Materialismo Filosófico interpretamos que los objetos no están dados como algo previo al conocimiento, sino construidos en la propia actividad del sujeto operatorio, es decir, en todas las operaciones en las que interviene el tacto, por aproximación o separación, orientando al ojo hasta que el cubo y la esfera se configuran como objetos visuales. En el caso propuesto por Molyneux, el cubo y la esfera son imágenes visuales (contenidos segundogenéricos, M2) que no se corresponden con los sólidos reales de la esfera y el cubo (contenidos primogenéricos, M1), pero son justamente estos volúmenes, que el ciego conocía muy bien mediante el tacto, los que habrían actuado para codificar patrones de morfologías ópticas que permitan diferenciar las rectas que forman los ángulos del cubo, de las líneas curvas de la esfera. La percepción visual necesita de objetos con los que el sujeto operatorio haya mantenido contactos que, aunque no estén presentes, se mantengan en el recuerdo. Es esta peculiar dialéctica entre percepción táctil y visual la que explicaría la percepción a distancia y, por consiguiente, la imposibilidad de explicar la percepción visual desde alternativas que oponen innatismo a empirismo, bien sea defendiendo capacidades innatas frente a aprendizaje, bien reduciendo la percepción a lo aprendido, o bien desde aquellas doctrinas que yuxtaponen las facultades innatas y el aprendizaje.

Carmen Baños

→ Carmen Baños: El problema de Molyneux desde el materialismo filosófico, Pentalfa, Oviedo 2017, 430 págs.

Presentación del libro de Carmen Baños Pino, El problema de Molyneux (27 m)

Sábado, 8 de abril de 2017 / Carmen Baños Pino & Daniel Guardiola Corada



1980 «1. Quedan abiertas todas las cuestiones que giran en torno a las conexiones entre imágenes (objetivas) y realidades, a través de los símbolos. El “problema de Molyneux” podría citarse como paradigma de las cuestiones en torno a las cuales tanto el realismo como el idealismo manifiestan sus límites recíprocos, porque este problema sólo puede plantearse cuando no sólo el objeto, desde luego (la esfera de madera, o de plomo) sino también el sujeto, lejos de funcionar como una unidad formal, ha sido ya descompuesta en diversos planos (sujeto táctil, sujeto visual), por tanto, por un sujeto cuya unidad, en la percepción, debe ser explicada, como también debe ser explicada la unidad del objeto. Es preciso, pues, comparar a la imagen, no con la realidad subjetiva absoluta (puesto que entonces la imagen se convierte en imagen mental, en expresión de una mente), pero tampoco con la imagen de la realidad objetiva absoluta: la imagen es ahora la “imagen microfotográfica”. La imagen habrá de compararse con realidades positivas (no el sujeto, sino el hotentote, o el mandril; no el objeto real, sino el árbol fenoménico o la roca visible a simple vista). Todas las cuestiones relacionadas con la “falsa conciencia” cruzan este contexto de relaciones, particularmente cuando el sujeto es determinado como sujeto socialmente enclasado, y cuando el objeto es determinado como objeto producido, en el marco de un dado modo de producción. […] 4. También hay que considerar el contexto de las relaciones de las imágenes con las imágenes, a través del sujeto y de la realidad. El problema de Molyneux, la relacion de las imágenes táctiles y las imágenes visuales, puede servirnos de ejemplo de las cuestiones que en este contexto se contienen. Así también, los conceptos de mentira, enmascaramiento, ocultamiento, engaño, necesarios en la teoría de los juegos.» (Gustavo Bueno, “Imagen, símbolo, realidad”, El Basilisco, número 9, 1980, págs. 57-74.)