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Jean le Rond d’Alembert
1717–1783


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1. Científico, filósofo, enciclopedista, académico y, sobre todo, emblema de los ideales ilustrados. Así, suele ser presentado D’Alembert, destacándose su figura dentro de un concepto de Ilustración basado en supuestos que oponen lo “progresista” a lo “conservador”. El propio D’Alembert nos advierte, sin embargo, del uso ingenuo de esa oposición, cuando desde sus coordenadas enciclopedistas entiende el “progreso” como desarrollo de las técnicas, las artes y las ciencias, describiendo el propio episodio de su siglo como “época de la filosofía” en la que “la ciencia de la naturaleza adquiere día por día nuevas riquezas; la geometría ensancha sus fronteras, y lleva su antorcha a los dominios de la física… Todo ha sido discutido, analizado, removido desde los principios de las ciencias hasta los fundamentos de la religión revelada, desde los problemas de la metafísica hasta los del gusto, desde la música hasta la moral, desde las cuestiones teológicas hasta las de la economía y el comercio, desde la política hasta el derecho de gentes y el civil… Una nueva luz se vierte sobre muchos objetos y nuevas oscuridades los cubren” (D’Alembert, “Elementos de filosofía” I; Misceláneas de literatura, historia y filosofía).

2. Jean Le Rond D’Alembert nació en París, el 16 de noviembre de 1717. Hijo natural de la novelista Mme. de Tencin y del caballero Destouches fue abandonado al nacer y recogido por Mme. Rousseau, modesta esposa de un vidriero. Su padre se ocupó de pasarle una pensión y pudo estudiar en el colegio de las “Cuatro Naciones” dirigido por jansenistas, donde enseguida destacó por sus aptitudes para las matemáticas y las ciencias. Se graduó como abogado en 1738, dedicándose también a la medicina y a las matemáticas. En 1739 presentó una Memoria sobre el cálculo integral, en la que indicaba los errores del famoso Análisis demostrado (1708) del padre Charles-René Reyneau, y en 1741 otra sobre la Refracción de los cuerpos sólidos, las cuales le abrieron las puertas de la Academia de Ciencias de París, en la que ingresó con veinticuatro años y de la que fue secretario perpetuo, convirtiéndola en “asilo de la filosofía”.

En 1743 formula el principio que lleva su nombre en el Tratado de dinámica, que completa en 1744, como Tratado sobre el equilibrio y el movimiento de los fluidos. Alternando con estos trabajos científicos escribió una buena colección de ensayos críticos, históricos y filosóficos, publicados en 1752 con el título Misceláneas de literatura, historia y filosofía. De ese mismo año son los Elementos de música.

Federico II de Prusia, al que D’Alembert le había dedicado las Reflexiones sobre la causa general de los vientos (1747), le ofreció la presidencia de la Academia de Ciencias de Berlín, que declinó. Tampoco aceptó el ofrecimiento de Catalina de Rusia para hacerse cargo de la instrucción de su hijo. En 1754, con recomendación del papa Benedicto XIV, es elegido miembro de la Academia de la Ciencia de Bolonia y en 1755 de la Real Academia Sueca.

Junto con Diderot, D’Alembert es el otro gran representante de la Enciclopedia. Autor del Discurso preliminar y de los artículos matemáticos, colaboró en ella desde 1751 a 1757. Durante su vida acumuló reconocimientos y éxitos intelectuales. Falleció en París, el 29 de octubre de 1783.

3. En Filosofía, D’Alembert adopta un sensismo heredado de Locke que niega la existencia de ideas innatas y pone el origen del conocimiento en los sentidos. Las ideas, tanto intelectuales como morales, proceden de las sensaciones. De ellas salen las primeras ideas reflexivas y de aquí se forman las nociones puramente intelectuales que nos hacen distinguir entre el vicio y la virtud y nos muestran la evidencia del principio y necesidad de las leyes, de la espiritualidad del alma y de la existencia de Dios. Contra Descartes viene a decir que el paso de las sensaciones a los objetos externos no se debe al razonamiento, sino a “una especie de instinto, más seguro que la misma razón”.

Como Voltaire y Diderot, D’Alembert manifiesta un deísmo que pone a Dios como autor del orden en la Naturaleza que se revela a través de sus leyes inmutables. La religión revelada viene a ser un complemento al conocimiento natural, pero nada tiene que ver con el hombre y las relaciones humanas. Por tanto, la moral queda completamente desligada de la teología y de la religión. A través de los sentidos llegamos a saber cuáles son las relaciones y necesidades que se dan en el ámbito social y así conocemos que el mal moral es lo injusto porque es “lo que tiende a dañar a la sociedad, perturbando el bienestar físico de sus miembros” (Elementos de filosofía, V). El deber moral, reducido a puro sensismo, ha de buscar el bien y la felicidad comunes.

Respecto a la ciencia, D’Alembert toma como modelo los Principia mathemática (1687) de Newton y divulga la idea de la unidad del saber, señalando la función unificadora de la Filosofía como sistema racional que combina y compara las diferentes ramas del saber humano. En el “Discurso preliminar” de la Enciclopedia, D’Alembert organiza esas ramas según la clasificación de las ciencias que toma del canciller Bacon, organizándolas según las facultades de la memoria (Historia), razón (Filosofía) e imaginación (Bellas Artes). Los principios sensualistas de su filosofía convergen con un criterio clasificatorio de ciencias según categorías psicológicas fundadas en esas tres supuestas facultades psíquicas.

Este enfoque psicológico, que se ha hecho común entre políticos e historiadores de nuestro presente, cae en la falacia de tomar como cierta la vieja metáfora de la Historia como producto de la memoria.

Pero la Historia, en lo que tiene de ciencia, no es recuerdo del pasado. Desde el Materialismo Filosófico entendemos la Historia como interpretación, reconstrucción y ordenación de unas reliquias que permanecen en el presente. Por tanto, la Historia, en vez de obra de la memoria, más bien sería producto del entendimiento.

Carmen Baños


→ “Juan le Rond d’Alembert”, Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (1887).
→ “Juan le Rond d’Alembert”, Diccionario soviético de filosofía (1946-1984).