Si se
quiere medir la amplitud de la revolución intelectual realizada por los
milesios,
el análisis debe fundarse, esencialmente, en la obra de Anaximandro. La
doxografía nos da de ella una visión más completa, o menos sumaria, que
de las
teorías de Tales y de Anaxímenes. Además, y sobre todo, Anaximandro
introduce
en su vocabulario un término de la importancia de arkhé; al
preferir la
redacción en prosa, consuma la ruptura con el estilo poético de las
teogonías e
inaugura el nuevo género literario propio de la historia perí
physeos. Es
en él, finalmente, donde se encuentra expresado con mayor rigor el
nuevo
esquema cosmológico que caracteriza profunda y duraderamente la
concepción
griega del universo.
Ese
esquema continúa siendo genético. Como la physis, como
la génesis, la
arkhé conserva su valor temporal: el origen, el
comienzo. Los físicos investigan
de dónde y por qué camino ha llegado a ser el mundo. Pero esta
reconstrucción
genética explica la formación de un orden que se encuentra ya
proyectado en un cuadro
espacial. En esto es preciso poner de relieve una
cuestión importante.
La deuda de los milesios para con la astronomía babilónica es
indiscutible: han
tomado de ella las observaciones y los métodos que, según la leyenda,
habrían
permitido a Tales predecir un eclipse; le deben también instrumentos
como el gnomon,
que Anaximandro habría llevado a Esparta. La reanudación de
los contactos
con Oriente resulta también esta vez de una importancia decisiva para
el nacimiento
de una ciencia griega en la que las preocupaciones de orden astronómico
han
desempeñado al principio un papel muy importante. Y sin embargo, por su
aspecto
geométrico, no ya aritmético, por su carácter profano, libre de toda
religión
astral, la astronomía griega se sitúa desde el primer momento en otro
plano que
la ciencia babilónica en la cual se inspira. Los jonios ubican en el
espacio el
orden del cosmos; representan la organización del universo, las
posiciones, las
distancias, las dimensiones y los movimientos de los astros, según
esquemas
geométricos. Al igual que dibujan sobre una carta, sobre un pinax,
el
plano de la tierra entera, colocando ante los ojos de todos la figura
del mundo
habitado, con sus países, sus mares y sus ríos, así también construyen
modelos
mecánicos del universo, como aquella esfera que Anaximandro, según
algunos,
habría fabricado. Haciendo "ver" el cosmos de este modo, hacen de él,
en el pleno sentido de la palabra, una theóría, un
espectáculo.
Esta
geometrización del universo físico implica un cambio total de las
perspectivas
cosmológicas; consagra el advenimiento de una forma de pensamiento y de
un
sistema de explicación que no tienen análogos en el mito. Para poner un
ejemplo, Anaximandro localiza la tierra, inmóvil, en el centro del
universo.
Agrega que si ella está en reposo en ese lugar, sin necesidad de
soporte
alguno, es porque está a igual distancia de todos los puntos de la
circunferencia celeste y no tiene razón para ir hacia arriba más bien
que hacia
abajo, ni a un lado más que al otro. Anaximandro sitúa, pues, el cosmos
en un
espacio matematizado constituido por relaciones puramente geométricas.
Así
queda obliterada la imagen mítica de un mundo en planos, en que lo alto
y lo
bajo, en su oposición absoluta, marcan niveles cósmicos que diferencian
las
potencias divinas y en que las direcciones del espacio tienen
significaciones
religiosas opuestas. Además, todas las explicaciones por las cuales el
mito
pretendía justificar la estabilidad de la tierra, "asiento seguro para
todos los vivientes" (Hesíodo), se revelan inútiles e irrisorias: la
tierra no tiene ya necesidad de "soporte", de "raíces"; no
tiene tampoco por qué flotar, como en Tales, sobre un elemento líquido
del que
habría surgido, ni por qué reposar sobre un torbellino o, como en
Anaxímenes,
sobre un almohadón aéreo. Todo está dicho, todo está claro, tan pronto
se
expone el esquema espacial. Para comprender por qué los hombres pueden
andar
con toda seguridad sobre el suelo, por qué no cae la tierra como lo
hacen los
objetos en la superficie, basta saber que todos los radios de un
círculo son
iguales.
Su estructura geométrica confiere al cosmos una organización de tipo contrario a aquel que el mito le atribuía. Ningún elemento o porción del mundo es ya privilegiado a expensas de los demás, ningún poder físico está situado en la posición predominante de un basiléus que ejerza su dynasteia sobre todas las cosas. Si la tierra está situada en el centro de un universo, perfectamente circular, puede permanecer inmóvil en razón de su igualdad de distancia “sin estar sometida a ninguna dominación”. Esta fórmula de Anaximandro, que hace intervenir la noción del Kratos, del poder de dominación sobre otros, muestra la persistencia de un vocabulario y de conceptos políticos en el pensamiento cosmológico de los jonios. Pero como lo destaca muy justamente Charles H. Kahn en un estudio reciente, Anaximandro sostiene en este terreno una tesis que va mucho más lejos de la que expone después de él su discípulo Anaxímenes. Para este último, la tierra necesita descansar en el aire que la domina (synkratéi) como el alma domina al cuerpo. Para Anaximandro, por el contrario, ningún elemento singular, ninguna porción del mundo, podría dominar a las demás. Es la igualdad y la simetría de los distintos poderes que constituyen el kosmos lo que caracteriza el nuevo orden de la naturaleza. La supremacía pertenece exclusivamente a una ley de equilibrio y de reciprocidad constante. A la monarkhía la ha sustituido, en la naturaleza lo mismo que en la ciudad, un régimen de isonomía. (...)
Platón se muestra plenamente consciente, todavía en el siglo IV, de estas correspondencias entre la estructura del cosmos natural y la organización del cosmos social. El filósofo, que hizo inscribir en el umbral de la Academia: "nadie entre aquí si no sabe geometría", da testimonio de los vínculos que un mismo origen y una orientación común han establecido y conservado durante mucho tiempo, entre los griegos, entre pensamiento geométrico y pensamieinto político. Fustigando, en el Gorgias, en la persona de Calicles y por boca de Sócrates, a todos aquellos que rehúsan estudiar la geometría, Platón asocia estrechamente el conocimiento de la isotés, de la igualdad geométrica, fundamento del cosmos físico, a las virtudes políticas sobre las cuales reposa el nuevo orden de la ciudad: la dikaiosyne y la sophrosyne. "Según aseguran los doctos, Calicles, el cielo y la tierra, los dioses y los hombres están vinculados entre sí en una comunidad (koinonía) hecha de amistad (philía), de ordenamiento (kosmiotes), de moderación (sophrosyne), de justicia (dikaiotes)... pero tú no haces caso de ello y, aunque lo sabes todo, olvidas que la igualdad geométrica (geometrike isotes) es omnipotente entre los dioses y entre los hombres. Por eso desdeñas la geometría."
Advenimiento
de la polis, nacimiento de la filosofía: entre
ambos órdenes de
fenómenos los vínculos son demasiado estrechos como para que el
pensamiento
racional no aparezca, en sus orígenes, solidario con las estructuras
sociales y
mentales propias de la ciudad griega. Así localizada de nuevo en la
historia,
la filosofía se despoja del carácter de revelación absoluta que a veces
se le
ha prestado, saludando en la joven ciencia de los jonios a la razón
intemporal
que vino a encarnarse en el tiempo. La escuela de Mileto no vio nacer la
razón;
ella construyó una razón, una primera forma de
racionalidad. Aquella
razón griega no fue la razón experimental de la ciencia de nuestros
días,
orientada hacia la explotación del medio físico y cuyos métodos, cuyas
herramientas intelectuales y cuyos cuadros mentales han sido elaborados
en el
curso de los últimos siglos, en el esfuerzo laboriosamente proseguido a
fin de
conocer y dominar la naturaleza. Cuando Aristóteles define al hombre
como un
"animal político", subraya lo que separa la razón griega de la razón
de nuestros días. Si el homo sapiens es a sus ojos
un homo politicus,
es porque la razón misma, en su esencia, es política.
De
hecho, es en el plano político donde la razón, en Grecia, se ha
expresado,
constituido y formado primeramente. La experiencia social ha podido
llegar a
ser entre los griegos el objeto de una reflexión positiva porque se
prestaba en
la ciudad a un debate público de argumentos. La declinación del mito
data del
día en que los primeros Sabios pusieron en discusión el orden humano,
trataron
de definirlo en sí mismo, de traducirlo a fórmulas accesibles a la
inteligencia
y de aplicarle
la norma del número y de la medida. Así nació y se definió un
pensamiento
propiamente político, exterior a la religión, con su vocabulario, sus
conceptos, sus principios y sus visiones teóricas. Este pensamiento
marcó
profundamente la mentalidad del hombre antiguo; caracteriza una
civilización
que no ha dejado, mientras vivió, de considerar la vida pública como el
coronamiento de la actividad humana. Para el griego, el hombre no se
separa del
ciudadano; la phronésis, la reflexión, es el
privilegio de los hombres
libres, que ejercen correlativamente su razón y sus derechos cívicos.
De este
modo, al suministrar a los ciudadanos el cuadro dentro del cual
concebían sus
relaciones recíprocas, el pensamiento político orientó y determinó
simultáneamente los progresos de su espíritu en otros dominios.
Cuando nace en Mileto, la filosofía está enraizada en aquel pensamiento político cuyas preocupaciones fundamentales traduce y del cual adopta todavía una parte del vocabulario. Es verdad que relativamente pronto se afirma con mayor independencia. Desde Parménides ha encontrado su camino propio; explora un nuevo dominio, plantea problemas que solo a ella pertenecen. Los filósofos no se preguntan ya, como lo hacían los rnilesios, qué es el orden, cómo se ha formado, cómo se mantiene, sino cuál es la naturaleza del Ser y la del Saber y cuáles son sus relaciones. Los griegos agregan así una nueva dimensión a la historia del pensamiento humano. Para resolver las dificultades teóricas, las "aporías", que el progreso mismo de sus avances iba suscitando, la filosofía tuvo que formarse poco a poco un lenguaje, elaborar sus conceptos, edificar una lógica y construir su propia racionalidad. Pero en esta tarea no fue mucho lo que se aproximó a la realidad física; fue poco lo que tomó de la observación de los fenómenos naturales; no hizo experiencia. La noción misma de experimentación le fue siempre extraña. Edificó una matemática sin tratar de utilizarla en la exploración de la naturaleza. Entre la matemática y la física, entre el cálculo y la experiencia, faltó aquella conexión que nos pareció unir en los comienzos la geometría y la política. Para el pensamiento griego, si el mundo social debe estar sometido a número y medida, la naturaleza representa más bien el dominio del "aproximadamente", al cual no se aplican el cálculo exacto ni el razonamiento riguroso. La razón griega no se ha formado tanto en el comercio humano con las cosas, cuanto en las relaciones de los hombres entre sí. Se ha desarrollado menos a través de las técnicas que operan sobre el mundo, que por aquellas que actúan sobre los demás y cuyo argumento común es el lenguaje: el arte del político, del orador, del profesor. La razón griega es la que en forma positiva, reflexiva y metódica, permite actuar sobre los hombres, no transformar la naturaleza. Dentro de sus límites, como en sus innovaciones, es hija de la ciudad.
Vernant, Jean-Pierre Los orígenes del pensamiento griego, Eudeba, Buenos Aires, 1965, pp.96-107.
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