Num.21
 
 

żEs la consulta de la Constitución europea un punto de inflexión para las izquierdas?

M.ª Fernanda Rodríguez [*]


 
 

Aquellos que perteneciendo a la izquierda menos tradicional le han dado una importancia al referendo del TCE, han defendido que esta ocasión es un momento privilegiado para la toma de conciencia de la necesidad de un europeísmo de nuevo cuño, que supere la política izquierdista centrada sobre el Estado-Nación. Tanto si la posición de éstos es el "no" como para ATTAC o el "sí", como para algunos de los intelectuales más reconocidos por los movimientos sociales como Yang Moulier Boutang y Toni Negri, levantar una conciencia europea es pretensión común a ambos.

Sin embargo, entre gran parte de los movimientos sociales madrileños se ha eludido el debate en torno a la Constitución Europea y la necesidad de un nuevo europeísmo. Ello ha sido sin duda debido a la indiferencia generalizada hacia esta cuestión dentro del Estado español, que en contraste con el francés no tiene que defender la tradición de la gran idea Estado, cuya solera se remonta a la Revolución Francesa y que determinó allí al partido socialista a una dramática división interna. Pero, además, esta indiferencia tiene que ver con algo enteramente común dentro del ámbito de la Unión: la intrascendencia del referendo como un momento político "privilegiado" se debe a la inexistencia de un sujeto europeo. En esa medida, un "no" que expresase una resistencia ciudadana a la Europa del Capital no podría ser leído sino como un retorno nostálgico e impotente al Estado-Nación, muy lejos de poder constituir un europeísmo social. Pero un "sí" puramente estratégico (por tanto no adherido a los contenidos de la Constitución) del tipo de Toni Negri, tampoco se halla mucho más acertado tratando de leer las movilizaciones contra la guerra bajo el signo de un potencial europeísta, el cual sólo habría que llamar a la vida con el reclamo de un bipolarismo global. En el pensamiento de esta nueva misión planetaria de Europa, en la que resuenan los ecos de su vieja leyenda de encarnación del universal, no se recuerda lo poco "luchador" que fue el Stop the war en el "paro de la producción" que se había propuesto desde el principio. Si algo sorprende en ambos europeísmos son esos giros de raigambre ilustrada, tan prontos a hacer tabula rasa del estado de cosas –estado de miedo, de desafección política, de precariedad, al fin– para invocar proyectos de índole universalista o acudir a medios exclusivamente argumentativos.

Es precisamente ese estado de precariedad el que desde hace tiempo viene paradójicamente legitimando las políticas neoliberales, y el que explica por qué no resulta este simulacro de referéndum (una mera consulta plebiscitaria no obligatoria ni vinculante) algo escandaloso tratándose de un tratado por el que se dice establecer una Constitución y el que, asimismo, explica por qué el "sí" bipolarista y el "no" por la Europa social se ven impotentes para contrarrestar el previsible "sí" del miedo y la enorme abstención política. La fortaleza económica de la Unión, el hecho de ser una potencia competitiva en la economía global, es la garantía de la producción de empleo, tras la crisis del Estado del Bienestar. A falta de un acceso a la renta alternativo al salario y ante el chantaje de deslocalización por parte de las grandes empresas, las políticas neoliberales se justifican por sí mismas, proporcionan en el pánico a la pérdida del salario, una precaria, precarísima, tabla de salvación: la promesa de abundancia de empleo, aunque sea pésimo. Este "sí" del miedo, sí reactivo, que comprendería también la abstención, más legible en el estado de un silencio que otorga (por lo que no deslegitima el proceso), tiene una base material más fuerte y no ha sido por casualidad que el europeísmo de un Borrell tras la resaca de las movilizaciones contra la guerra haya encontrado un sustituto espontáneo y autoevidente en este consentimiento atemorizado. Poco pueden contra la lógica de guerra de "o euro o nada" discursos como el de ATTAC y Toni Negri.

Nos dedicaremos a mostrar más pormenorizadamente las deficiencias de ambos discursos en el orden citado:

1) El "no" europeísta al TCE pretende desmontar la tendencia tecnocrática que la UE ha seguido por razones históricas y estratégicas: en primer lugar porque la pretensión de construir un sujeto junto con una unión económica hubiera dado al traste con toda posibilidad de consenso desde el principio, ya que habría amenazado la identidad nacional a la base de la soberanía del Estado-Nación, que era la situación de partida; y en segundo lugar porque haber abordado la cuestión subjetiva hubiera supuesto un arriesgado acercamiento a la ciudadanía –que la UE desde la crisis de legitimidad del Tratado de Maastrich lleva promulgando, pero sólo como estrategia de "marketing" y retórica vacía (cumbre de Laeken). Este acercamiento habría exigido una potenciación democrática de la ciudadanía europea y una previsible oposición al proyecto neoliberal de la Unión. Por eso, Europa no ha constituido ni tan siquiera un "federalismo al revés", gracias al cual una unión primariamente económica y comercial en la asunción paulatina de las funciones políticas de los Estados-Nación se decidiera a producir un sujeto europeo, como desearon sus padres fundadores y europeístas como Delors, sino que se trata de una estructura que prefiere permanecer parcialmente invisible, en su torre tecnocrática, hasta el punto de desafiar el proceso de legitimación democrático mínimo, el sufragio universal y la soberanía popular en la que reside el poder y por la que, según la lógica de la democracia representativa, los gobernantes pueden ser controlados y "limitados" en el ejercicio de sus funciones. El referendo es, por ello, sólo una consulta popular, no obligatoria para todos los Estados-miembro, y que en países como España no necesita ser masiva, sino de mínimos... Esto quiere decir que no se desea que haya un debate serio sobre los contenidos y la importancia del TCE, o lo que es lo mismo y en palabras de B. Cassen, que se "sustrae el debate", junto con los procedimientos clásicos de legitimidad democrática. Frente a ello, grupos y organizaciones como ATTAC que promulgan un europeísmo alternativo quieren retomar la cuestión, esclarecer de acuerdo con un deber cívico los contenidos del TCE, que la élite política escamotea, ante una opinión que, informada, asuma una posición resistente a la Europa del capital, puesto que su proyecto no obedece al interés general. Se pretende de este modo hacer un hueco a la razón en el espacio público y se quiere así que, incluso si no hay sujeto europeísta, el puro uso público de las capacidades racionales lo hará emerger.

El planteo de la cuestión olvida que con tales esfuerzos no se desafía la lógica de guerra en que nos hayamos insertos: o una Europa económicamente competitiva, capaz de producir empleo aunque sea precario o la pura nada de la desocupación y la exclusión social. Pero el "no" europeísta no tematiza este dilema asfixiante y no es capaz de vislumbrar un horizonte creíble más allá de esa lógica, a saber: una tercera opción, la cual habría de ser una subjetividad referida a Europa, todavía no a mano y disponible, sino por hacer, y que no se construye por medio de un mero ejercicio de razón sino a través de afectos y necesidades materiales comunes al trabajo en Europa. Sólo esta subjetividad material puede desafiar los mecanismos perversos y puramente negativos de representación, de corte genuinamente postmoderno que, sustentados sobre el miedo y en ausencia de una vía de escape a la lógica competitiva del mercado, legitimarían una Europa del capital. Ésta, en contra del socialdemócrata francés Touraine, sabe cómo hacerse valer sin necesidad de asentarse en un europeísmo social.

2) El "sí" estratégico, en cambio, al hacer suya la preocupación ciudadana por la paz global, apela a un precedente, una multitud contra la guerra, y por tanto a un sujeto que en ese sentido se ha mostrado cohesionado. Así, para Negri: "la cooperación productiva y biopolítica en Europa expresa cualidades y valores que se oponen a toda pretensión monocrática en la gestión social (y con mayor razón a toda pretensión militarista y a la gestión unilateral del orden global). Es preciso resaltar esa condición en el proceso que conduce a la Constitución europea, con independencia de las violaciones del derecho (...). Éste es un terreno sustancialmente triunfante de lucha social". Efectivamente triunfante, y "sustancialmente", es "ya" para Negri la lucha en este terreno, pues "ya" hay en potencia lo que sólo hace falta nombrar en clave europeísta para que pase al acto –palabras mágicas como las de un rey poeta. Sin embargo, la argumentación del autor es más lineal de lo que lo es la subjetividad contemporánea.

Trataremos de resumirla en lo que sigue. Dado que el proyecto monetarista europeo impone a la Unión la obligación de transformarse en una potencia militar, la Constitución Europea, en tanto que aspira (o debería aspirar) a instituir un poder militar y económico unificado, puede ser el primer paso hacia la esperanza de un bipolarismo que haga retornar un orden internacional más equilibrado, anhelo que tiene su sede en el cúmulo de las singularidades que se entrecruzaron en las protestas contra la guerra. Pero con el fin de vencer los obstáculos que unen a Europa todavía a la Alianza Atlántica, reconocida en la Constitución, la "multitud" ha de transformarse en "demiurgo" de Europa, ha de forzar el proceso. Para abolir la distancia entre este anhelo bipolarista y el contenido del Tratado –entre aquel "sí" a la paz global y este ineludible "no" anticapitalista–, Negri no vacila en hacer del TCE la encarnación de los valores europeos de "solidaridad": "no se puede distinguir la CE de los valores de los que ha de ser portadora". La Constitución Europea es también en potencia lo que "ha de ser" en el futuro, si y sólo si la multitud "realiza" lo que ya ahí está durmiente: Europa como potencia autónoma de los U.S.A. Que tal autonomía esté allí en potencia, no tiene por qué ser falso: se trata del primer paso hacia un difícil objetivo político, por lo demás impuesto por la lógica monetarista de la Unión. Pero no es una verdad que baste invocar para ser realizada que la población vaya a apoyar ese proyecto votando el tratado en alianza oportunista con la aristocracia financiera y enarbolando la bandera de la paz cosmopolita, cosa que en términos económicos –los requeridos para ello– no hizo nunca. Y es que como el resto de los habitantes de este planeta, también los europeos tienen cosas más acuciantes, más particulares, e inmensamente más corpóreas de las que ocuparse.

Finalmente, y sin enunciar que Europa sea la tierra prometida de un nuevo universal, Negri da vuelo a una posibilidad, literalmente a "una indicación" para la orientación de los movimientos sociales: "żEs posible una línea estratégica europeísta postmoderna, que, criticando la exportación de la modernidad llevada a cabo desde hace siglos por el capitalismo y los Estados-Nación europeos, se plantee ahora el problema de la exportación de la libertad y la solidaridad?" Europa pervive aquí muy probablemente bajo la sombra suavizada, "crítica y postmoderna", pero todavía etnocéntrica, de su mito: una vocación universal, cosmopolita (según Beck), traductora de las civilizaciones (para Balibar)...

La cuestión no es si podemos renunciar o no a nuestro sempiterno mito de encarnación del universal ni aquella filosófica por el nihilismo europeo, sino sólo si un universalismo, renuncie o no a vivir en la Pascua de la Resurrección, está en condiciones de sobreponerse a los previsibles giros reaccionarios de una sociedad aterida ante una economía precarizadora, y quizá de guerra, y si por ello primero y antes que nada no ha de ser obrada la visibilización de un sujeto social, que sea en el orden de las necesidades y los afectos un horizonte creíble, un sujeto, o mejor, sujetos, que refieran sus derechos a la instancia decisiva: Europa. Esas nuevas subjetividades podrían ser comprendidas en la abarcante categoría de "precariado social", sin ver suprimidas sus diferencias, y es así como se tratarán de expresar en el día del trabajo a lo largo y ancho del territorio europeo. Pero, además, no han faltado experiencias más reducidas que abonan esa posibilidad: los intermitentes del espectáculo de Francia ocuparon en enero de 2004 junto con trabajadores italianos la Academia de París en Roma y reivindicaron allí de modo ejemplar derechos sociales en Europa.

Para concluir, recordar la inquietud que abría esta exposición, żes este referendo o mejor aún esta consulta popular en relación a la CE el "momento" privilegiado de conformación de un sujeto o sujetos inscritos conscientemente en el espacio político de Europa? Es una pregunta que según esta exposición se cree ya contestada: Europa tiene tiempos más largos y ritmos más materiales, en los que todos desde el ámbito de militancia (o de ciudadanía) de cada uno debemos colaborar. Por tanto, no se trata quizá tanto de lo que votemos o dejemos de votar en esta consulta –batalla, frente al "sí" reactivo, perdida de antemano–, sino de si podemos visibilizar en nuestro ámbito, en relación a los deseos y necesidades que lo atraviesan, el espacio europeo y hacerlo decisivo, pues ello quizá sea lo único que convenza de lo crucial de posicionarse ante el proyecto neoliberal europeo dentro y no fuera de Europa, pero también de manera vívida, material y encarnada.


NOTAS:

(*) María Fernanda Rodríguez López es alumna de doctorado en la Facultad de Filosofía de la U.C.M.

 

 
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