la Ronda Milenio de la OMC (Organización Mundial del Comercio)    

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La reciente OMC, con tan sólo 4 años de vida, es ya considerada un símbolo de las últimas tendencias neoliberales de este final de siglo, a pesar del desconocimiento generalizado hacia ella y sus funciones. Pero aún menos conocida es la Ronda Milenio, un conjunto de negociaciones intergubernamentales de importancia decisiva para el panorama macroeconómico.

     Los acuerdos de Bretton Woods, al término de la 2ª Guerra Mundial, habrían de suponer la elaboración de un nuevo marco en las relaciones económicas y políticas internacionales, instituyéndose como organizaciones de referencia el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (antes BIRD). Sin embargo, la asignatura pendiente fue durante mucho tiempo una institución internacional que regulara de forma efectiva las políticas de apertura e integración de mercados nacionales y continentales. El proteccionismo de las economías nacionales, habitual en época de postguerra, impidió la creación de una tercera institución, la Organización Internacional del Comercio, que, sin embargo, sintetizaba mejor que ninguna el espíritu del sistema resultante en Bretton Woods. Tan sólo fue factible, ante la clara oposición del Congreso de los EEUU, el Acuerdo General de tarifas y Comercio (GATT), que entró en vigor en 1948 con un carácter provisional, y sin embargo ha durado hasta la creación de la OMC, el 1 de enero de 1995. Mientras, una Ronda Uruguay de negociaciones entre los gobiernos de los países más poderosos, preparaba la OMC como el eje de las nuevas políticas económicas liberalizadoras, avaladas por el poder creciente de las compañías transnacionales y otros grupos de presión (entre ellos, los tecnócratas del FMI y de multitud de instituciones financieras).

La OMC, cuya reunión anual es en noviembre de 1999 en Seattle (EEUU), es pues el marco idóneo para la profusión de tratados regionales de libre comercio o, en la línea más acentuada, del polémico Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI). Este acuerdo, basado en la liberalización sin precedentes de bienes económicos, mercados financieros y recursos naturales, fue rechazado dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), justamente por la cantidad de excepciones al acuerdo que cada país planteaba, con el fin de protegerse de inversiones no deseables en los sectores sensibles de sus respectivas economías. Entre las recetas que propugna el AMI están la atracción de capitales a través de privilegios a los inversores extranjeros (por ejemplo, mediante la eliminación de controles y restricciones en estas inversiones y en los movimientos de capitales), la desregulación del mercado de trabajo (libre despido, trabajo temporal) y el debilitamiento de las legislaciones sobre contaminación y daños medioambientales. La Ronda Milenio, un foro de discusión de la OMC para temas especialmente importantes, es visto como el lugar clave para introducir estas medidas en la línea del AMI. En concreto, EEUU, Japón y la UE están muy interesados en un Acuerdo de Inversión Global que abra sus productos e inversiones financieras (las más competitivas) a aquellos mercados protegidos todavía por regulaciones nacionales. Se teme que este Acuerdo de Inversión no encuentre la misma oposición de los países asiáticos que tuvo en la Primera Conferencia de 1995 en Singapur. También se prevee un nuevo papel del FMI en la regulación de las inversiones, con lo que ello supone a la hora de pedir condiciones económicas a los países deudores o que requieren créditos de esta institución.

Y es que el AMI no es sólo un acuerdo, es la política económica a seguir en las relaciones entre mercados trasnacionales. Por ello, se ha abierto una etapa vertiginosa en la creación de tratados de libre comercio e inversión regionales, el paso lógico antes de la aceptación formal de un plan tan ambicioso como el AMI. Por ejemplo, el FTAA (Free Trade Area of America), sería el objetivo inmediato de los EEUU para extender el ya existente "Tratado de Libre Comercio de América del Norte" (TLCAN ó NAFTA) a todo el continente americano. En estas nuevas recetas macroeconómicas ya participa abiertamente un grupo de presión con cada vez más fuerza: cualquier tratado comercial o de inversiones supone ahora un complejo proceso donde los representantes de cada país ya no son los únicos interlocutores, sino que "comparten mesa", fundamentalmente, con especialistas de las instituciones internacionales y representantes de las grandes empresas trasnacionales. Las grandes multinacionales, agrupadas por sectores, naciones o ámbitos de influencia, proponen siempre las medidas económicas más liberales, y han pasado de invitados de honor en las negociaciones a grupo de presión de primer orden (no en vano algunas de ellas tienen gananacias anuales mayores que el PIB de algunos países del Sur). Un total de 477 de las 500 mayores multinacionales tienen su base en países de la OCDE, y la mayoría de ellas están organizadas en grupos como la Cámara Internacional de Comercio (CIC), el Consejo de Estados Unidos para el Comercio Internacional (USCIB) y la Mesa Redonda Europea de Industriales (ERT).

 

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